Trascendiendo creencias limitantes

Crecí en el seno de una familia libanesa maronita. Mi padre a sus 16 años decide salir de su tierra natal Líbano, tierra de cedros, para venir a América… el nuevo mundo, por un mejor futuro y huyendo de la Guerra con los países vecinos. Y así fue forjando su futuro y el nuestro. En tierras venezolanas… sin saber que con el tiempo incorporaría a su dieta mediterránea el delicioso sabor de las arepas… crecí escuchando las maravillas del Líbano y agradeciendo la nueva tierra que nos vio nacer. En la mesa las historias eran múltiples, pero sobretodo me marcaba escuchar como los musulmanes habían afectado tanto la vida del país de nuestras raíces….por guerras, por apropiación de tierras; por costumbres diversas… En mis creencias… un musulmán significaba alguien que podría hacernos daño… que podría arrebatarnos algo… Un sentimiento de separación y miedo…

En Septiembre de 2016 mi corazón brincó cuando vi la publicidad del Viaje Místico a Marrakech con Carola Castillo. Un viaje sólo para mujeres… pensé… esta es la oportunidad de enfrentar mis barreras, mis miedos… tuve la dicha que mi hermana también sintió la necesidad de volver a nuestros orígenes; de ampliar nuestra mirada… así que junto a un grupo de mujeres emprendimos el viaje….guiadas de la mano de Carola.

Nuestra primera parada fue el Mercado de la Medina.. Allí tuvimos que comprarnos el hiyab (velo típico para cubrir la cabeza) y el Kaftán(traje típico)… la idea era que realmente viviéramos en la piel… la esencia de la mujer musulmana. Mi corazón palpitaba aceleradamente. Estaría vistiendo algo que asocie siempre con el rechazo y el miedo. Sin embargo después de trajearme… Sentí como si esos atuendos fueran parte de mí… nos enseñaron a colocarnos los hiyab en la cabeza y mi hermana y yo aprendimos rápidamente… definitivamente revivía parte de mi historia. Salir trajeadas como musulmanas fue el primer paso para vencer mis creencias.

Además de sentirme cómoda con el traje; en nuestra cultura occidental hemos aprendido a lucir nuestros cuerpos, nuestras curvas, nuestros cabellos… y en esta ocasión… lo único que podía mostrar eran mis ojos… Mi mirada… La ventana del alma…. Fue mi segundo paso para vencer otra creencia…. Somos más que un cuerpo y como mujeres podemos ser admiradas más allá de nuestras curvas…. Los marroquíes nos miraban con respeto… Era un honor para ellos y para ellas que nos adaptamos con profundo respeto a su cultura… algunos hasta nos ofrecían camellos a cambio de que nos quedáramos en sus tierras… pasear por el Mercado, por la Plaza trajeadas nos permitió fundirnos en esa cultura…. Y una vez más sentirnos mujeres, sentirnos admiradas más allá de las curvas….

Cada día que pasaba, me permitía conectarme con mi esencia respetando la esencia de la mujer musulmana… Tuvimos la la maravillosa experiencia de entrar en un “hamman”, baño turco… Y una oportunidad más de trascender mis creencias… Entramos de tres en tres del grupo (completamente desnudas) en la sala de baño; donde nos esperaban dos mujeres que se encargaron con mucho respeto y amor de darnos un baño… que recordó mi infancia… Mostrar nuestro cuerpo, sin pudor… viéndonos reflejadas una en la otra…

Agradeciendo ese estuche sagrado que aloja nuestra alma…fue el espacio perfecto para volver a sentirme cómoda con mi estuche… y cuando me sentaron en el banquito y con ese amor la mujer con su esponja acaricio cada rincón de mi cuerpo… me hizo viajar a mi infancia… esa mujer se transformó en mi madre por instantes y volver recrear esos momentos de ternura y amor me reconciliaron con mi niña… mis lágrimas se deslizaban por la mejilla… eran remembranzas, eran memorias… Era amor… era agradecimiento… La mujer del Hamman en su afán por cuidarnos… Me decía… "no llores este momento es para ti"… y así lo vivi… Era imposible salir de allí siendo la misma…

Después de esa experiencia tan sanadora, tuvimos la dicha de entrar a la mezquita y presenciar el rito del rezo. Las mujeres están todas juntas en la parte trasera y los hombres están ubicados en la parte delantera. Nosotras nos acomodamos junto a las mujeres en la parte de atrás; ellas se encargaron de enseñarnos del rezo… lo que más me impactó es que estando descalzas se sostienen una a la otra a través de sus pies… son como columnas… en nuestro silencio seguimos el rezo y una vez culminado nos quedamos conversando con ellas.

Una vez más mis creencias fueron trascendidas… En mi concepto occidental le preguntaba a una de ellas si no sentían mal de estar en la parte trasera del recinto… como ‘rezagadas” su respuesta fue… “no… para nada… desde aquí sostenemos a los hombres… ellos lo necesitan… y desde aquí podemos entre nosotras conversar…” respire profundo y entendí que no todo es lo que parece… que mi realidad no es la de los otros y que es un regalo maravilloso poder ponernos en el zapato del otro.

Esa noche yo ya no podía ser la misma… había integrado en mí algo que por siempre había dado por separado… había reconocido en mí a la mujer… independientemente de sus creencias…

Viví con admiración y respeto la vida de las musulmanas, empecé a comprender que puedo cambiar mis historias, que puedo trascender mis creencias, que somos parte de un Todo y que no hay tal separación… que nada mejor que mirar dulcemente aquello que nos separa o que nos da miedo… con amor… Reconocer, integrar y asentir… y así trascendemos nuestras creencias… Al llegar el día de nuestra partida en el aeropuerto, mi hermana y yo nos decíamos… por primera vez… vemos a las musulmanas sin miedo, sin ganas de huir… más bien con ganas de abrazarlas… El cambio empieza por nosotros y termina en nosotros.

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